Un día, un viajero se cruzó con diez ancianos de un poblado. Tenían más de cien años, pero todos gozaban de fuerza y vitalidad. Con respeto y admiración el viajero les preguntó uno a uno cuál era la clave de su sana longevidad.
El primero adoptando una postura elegante, confesó:
Realizo las rutinas de cada día con entrega y alegría.
El segundo siguió:
Prefiero caminar que viajar en carro.
Me alimento con mesura, y principalmente de alimentos vegetales.
El cuarto, alisando sus largas cejas, contestó:
No lleno mis pulmones de humo y apenas tomo alcohol.
El quinto, declaró:
Doy un paseo después de cada comida.
Mantengo siempre las ventanas bien abiertas, para que pueda entrar aire fresco.
El séptimo, con una mirada profunda, dijo:
Siempre me levanto y me acuesto bien temprano.
El octavo alisando su larga barba, afirmó:
Cada día camino hasta la fuente para tomar agua fresca.
Hago actividades físicas muy a menudo.
El décimo, con un gesto de reverencia, añadió:
Evito las preocupaciones y las discusiones.
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